El juncal

El arroyo amanece con su lecho prácticamente al desnudo, las márgenes se extienden como si la costa se hubiera ensanchado y el arroyo se hubiera empequeñecido. José se levanta temprano como todos los días, matea con la patrona acompañando los verdes con pan casero calentito. El sol aun remolonea entre el monte cuando se sube a la canoa y emprende su marcha hacia el Guazú.  Su andar es un poco lento pero continuo, la bajante sigue firme, en el camino ve a algunos biguás haciéndose un festín con los peces que no pueden escapar de entre el juncal, en una lucha desigual. El silencio es roto por el sonido de los toletes que se quejan al compás de cada remada, a lo lejos se escucha un villa, José adivina que es algún vecino remontando la corriente del Guazú, seguramente costeando la margen entrerriana piensa.
 Cuando la canoa rompe las aguas del gran río, es arrastrada por unos segundos casi de costado, hasta que la endereza con un par de remadas y la arrima contra la costa, donde la correntada se convierte en un remanso. Rema un par de minutos más, hasta la desembocadura de un pequeño arroyo que apenas se percibe entre el  juncal.  Entonces dirige la embarcación hacia esa pared verde oscura y al mismo tiempo guarda los remos en un solo movimiento, dejándolos en el fondo de la canoa,  que a medida que avanza entre la espesura  genera una música de timbales al tiempo que  los juncos golpetean contra sus maderas. José ata la canoa a un manojo de juncos y antes de bajar encarna la línea de mano y la arroja hacia afuera, para dejarla atada a la popa de la canoa. Suele tener suerte con la pesca y generalmente el río lo premia, y a veces se da el gusto de  almorzar algún bagre amarillo frito a la sartén, en un fuego improvisado próximo a la orilla. Tal vez hoy no sea uno de esos días, el agua está demasiado revuelta. Se saca las alpargatas, se coloca unas medias por arriba de la bota manga del pantalón y por último se calza unas zapatillas viejas. Antes de bajar de la canoa hace ruido en el agua con uno de los remos, para espantar alguna raya distraída. Con la hoz en la mano se deja caer entre el juncal, el agua apenas le llega hasta las rodillas, aunque el suelo cede un poco debajo de sus pies. El sonido del río acariciando el juncal se duplica, confundido con el rugido de un barco arenero que parece golpear contra la inmensidad del Guazú. Se saca la gorra y la moja en el agua, luego se la coloca y empieza su labor silbando una canción, mientras sus manos comienzan a moverse de memoria, en abrazos a mujeres invisibles y en movimientos cortos, pero certeros.

La imagen puede contener: calzado, planta, hierba, exterior y naturaleza

Comentarios

  1. Excelente relato, muchas gracias por plasmar la vida del isleñ, la vida de nuestros viejos, de nuestros abuelos...

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    1. A veces necesito la memoria prestada, esa que ustedes tienen y que a veces yo pierdo...

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  2. buen relato no soy islero pero me atrae la naturaleza y el rió amen de la vida libre!

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  3. Muy bueno, es como verlo en vivo y en directo, te felicito Javier Alejandro.

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  4. Javier Alejandro programá más sencillo el trámite para introducir un comentario.

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    1. Hemos simplificado la publicacion de comentarios, gracias por sumarse. Pero por favor no se olviden de contarnos quienes son, desde el anonimato no podemos saber quienes nos acompañan!

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