El juncal
El arroyo amanece con su lecho prácticamente al desnudo, las márgenes se extienden como si la costa se hubiera ensanchado y el arroyo se hubiera empequeñecido. José se levanta temprano como todos los días, matea con la patrona acompañando los verdes con pan casero calentito. El sol aun remolonea entre el monte cuando se sube a la canoa y emprende su marcha hacia el Guazú. Su andar es un poco lento pero continuo, la bajante sigue firme, en el camino ve a algunos biguás haciéndose un festín con los peces que no pueden escapar de entre el juncal, en una lucha desigual. El silencio es roto por el sonido de los toletes que se quejan al compás de cada remada, a lo lejos se escucha un villa, José adivina que es algún vecino remontando la corriente del Guazú, seguramente costeando la margen entrerriana piensa. Cuando la canoa rompe las aguas del gran río, es arrastrada por unos segundos casi de costado, hasta que la endereza con un par de remadas y la arrima contra la costa, donde la corre