Silvio Francini, el pintor del Delta


Sus obras inundan como una marea distintas redes sociales, sus trabajos reflejan esa mirada que marcan la diferencia entre lo tangible y lo intangible. Porque con sus pinceladas logra transmitir las sensaciones de nuestros ríos e islas de una manera única y es asi como podemos sentir a través de sus obras esa increíble sensación de estar allí, en ese muelle, en esa lancha, en ese río. Por esa virtud infinita se ha ganado el seudónimo del “Pintor del Delta” como una forma de definición de quienes lo admiran. Pero toda esa magia no es solo parte de sus trabajos, es también parte del hombre amable, conversador y sensible que hace de Silvio Francini una persona con la que uno se quedaría hablando quien sabe hasta cuándo. Eso es lo que siento mientras juntos recorremos mate en mano su atelier ubicado en Victoria.
─ ¿Cómo comienza tu relación con la pintura?
De chiquito sufría mucho del asma y mi mama para distraerme me compraba libros para colorear. Tendría cinco o seis años y pintaba con lapicitos de colores.
─ ¿Recordás cuál fue tu primer dibujo?
Hay un dibujo que lo hice al pie de una hoja, donde dibuje árboles todos hacia un lado, me acuerdo de que mi mamá me preguntó ¿Por qué hiciste los árboles inclinados? ─ Porque hay viento mamá.
Su compañero Coco interrumpe nuestra charla gritando desde su jaula, en un intento de ser parte del relato y de hacer notar su presencia, que para nadie puede pasar inadvertida. Silvio aprovecha la pausa y despliega ante mí una cantidad increíble de cuadros con una variedad infinita de paisajes y momentos grabados en la memoria de una pintura.
─ ¿Dónde estudiaste Silvio?
La primaria la hice en el número nueve, después fui al Industrial de San Isidro, donde cursé tres años y termine en la escuela técnica Otto Krause, que fue donde nació mi amor con la pintura.
─ ¿De qué manera comenzó ese amor al que haces referencia?

Mira te cuento, para ir al Krause salía muy temprano de casa, me iba las siete de la mañana en tren hasta Retiro y desde ahí el 152 hasta Paseo Colón. Tenía taller a la mañana, dos horas libres y teoría a la tarde y como no me daba el tiempo para volver a casa, almorzaba en el buffet. Como terminaba de comer temprano salía a caminar por el centro y un día mientras deambulaba con mis libros y mi regla de dibujo sin darme cuenta termine entrando a las Galerías Pacífico. En ese momento habían puesto unos andamios porque estaban restaurando el mural que pintaron en la cúpula Berni, Castagnino, Colmeiro, Spilimbergo y Urruchúa, me acuerdo de que justo debajo de toda la estructura había unas personas que discutían sobre los colores que estaban usando para restaurar parte de la obra y algunos de los que estaban presentes argumentaban que eran colores demasiado fuertes. Me acuerdo que me acerque a una señora y a un viejito que miraban desde un poco más atrás toda la escena, quede justo en el medio de ambos, en eso el hombre me hace una seña, como quien me va a decir algo al oído y se me acerca y me dice “Estos son todos locos pibe” y se va caminando yo me quedé mirándolo mientras se iba, me di vuelta y le pregunté a la señora que todavía seguía ahí ¿Quién es ese señor?─ Es el maestro Antonio Berni, es el que está pintando la cúpula, me dijo. A partir de ese día empecé a ir a verlo pintar y me quedaba extasiado mirándolo, era tan lindo lo que veía y pensaba “si yo supiera pintar”.

─ ¿Cómo fueron esos primeros comienzos? ¿Qué recordás de esos dias?
Todo pasó casi al mismo tiempo, porque después de mi encuentro con Berni da la casualidad de que el Otto Krause organiza una exposición subasta para recaudar fondos para la cooperadora y para los organizadores del evento. Habían puesto en dos aulas una cantidad de cuadros excepcionales para la exhibición, cuando entré ahí me encontré con un mundo maravilloso. Me acuerdo de que en aquel entonces mi papá me daba todos los dias las moneditas para comprar dos sándwiches y dos gaseosas, entonces como yo quería comprarme pinturas y pinceles, empecé a comer solo un sándwich y tomaba una gaseosa, después de cinco dias ya tenía para comprarme las cosas para empezar a pintar. Y como me había hecho amigo de la organizadora de la exhibición comencé a llevarle “mis obras”. Recuerdo que había pintado la cara de una chica y un gaucho, cuando la señora vio mis trabajos me enseño mi primera lección, alentar al artista ¡qué bueno que esta, que fuerza que tiene! ¡Seguí pintando!” me decía. Hoy observo esas “obras” y veo un ojo acá, otro por allá, sin embargo, ella con su devolución me impulsó a seguir perseverando, ese es uno de los secretos para seguir mejorando, la constancia. Luego llegaron las clases de la mano del escultor Juan Carlos Moretti, artista tigrense y creador del escudo del partido de Tigre, recuerdo que las clases las daba en su estudio ubicado en el Tigre Hotel, hoy el actual Museo de Arte Tigre. También tomé clases con Rafael Palermo el mejor restaurador de obras de arte que tuvo nuestro país vivía acá en San Fernando.
Además de la pintura, sé que tuviste una relación muy importante con los aviones, porque si bien ese fue tu inicio con la pintura, entre esta actualidad y aquél entonces existe una parte tuya que muy pocos conocen ¿Cómo empezó tu relación con el asunto de volar en aviones comerciales? ─ Silvio se levanta, le cambia la yerba al mate y vuelve a acomodarse frente a mí, como si aprovechara ese intervalo para acomodar el orden de sus recuerdos.


─ Hay otras cosas antes que eso en mí vida, por ejemplo, yo siempre amé mucho la medicina, en el fondo creo que soy un médico frustrado, me hubiese gustado con el alma ser médico. En el Otto Krause me recibí de maestro mayor de obras en mil novecientos setenta y ocho. Y comencé a trabajar en un estudio de arquitectos acá en San Fernando, yo era el dibujante y la pintura en ese momento quedó como algo esporádico. En ese momento pensé en estudiar para médico, pero no estaba seguro de que me gustara realmente, así que comencé a estudiar para instrumentador quirúrgico y me recibí. Instrumente en un montón de operaciones.
¿Y en qué momento te subiste a los aviones?
─ Un día me encontré en la calle con un amigo mío y me dijo “Che , el que es lindo curro es ser comisario de abordo” y yo no sabía lo que era, porque nunca había volado en un avión─ ¿Qué es ser comisario de abordo? Le pregunté─ ¡Ah, es el que va con las azafatas, viaja, hace sociales! Me respondió. Tiempo después voy al centro a comprar un libro que me habían pedido en el hospital y pasó por la puerta de Aerolíneas Argentinas que estaba al lado de la librería donde tenía que ir. No lo dude un segundo y fui a preguntar, una chica me dijo todos los requisitos fundamentales, la altura, manejar ingles fluido, pero tenes que esperar a que la compañía haga el llamado. Ahí nomás empecé a estudiar inglés con todo, además iba haciendo cursos que me podían ayudar a entrar a aerolíneas, hice cursos de RCP, primeros auxilios, supervivencia, rescate. Llegó el llamado de Aerolíneas y me presento con todos los diplomas, para esto estuve esperando tres años, ya que se me pasó un llamado. Esa parte de mí vida duró treinta años y mientras volé nunca dejé de pintar.


─ Tu relación con el Delta ¿Cómo empieza?
Mis abuelos vivían en el arroyo Espera y yo ya salía a remar, pero en bote de club, acá en San Fernando. Y ahí fueron mis primeras experiencias pintando arriba de un bote, me metía entre los juncales y en esa tranquilidad del río me inundaba la creatividad, pero no era cómodo, poco espacio, inestable. Hasta que un día mientras volaba le comenté a un comandante estando en Chile “estoy buscando un bote con motor” a los cuatro dias me llamo y me dijo “Tengo tu bote”. Estaba en el jardín de una casa con un cartel de “se vende”. Eso fue en el uno a uno, lo termine comprando, tenía un motorcito y todo. Navegábamos por todos lados con el botecito, íbamos los tres, mí nene, mi señora y yo. Pero como el motorcito tenía dos velocidades nomas, cuando la familia se agrandó tuvimos que cambiar a algo más grande.  Un dia el encargado del club San Fernando me dijo “tengo la lancha para vos” y me bajo una cama con una lancha espectacular, con un motor interno de un Falcon, pata Volvo ¡Hermosa! ¡Y me la compre y todavia la tengo! Y con esta lancha si me metí más en el Delta.
¿Qué es lo que más te impresiona de la isla?
─Lo que más me impacta es el río sin agua, si vos te pones a pensar es una cosa loca ¡desaparece el agua! Y toda la porquería humana, los contrastes, la tierra húmeda, los verdes que se reflejan en esa humedad. En cambio, la crecida me da un poco de temor, es como un monstruo que se devora todo.
─ ¿Qué significa para Silvio Francini ser pintor?

─ Por ejemplo Milo Locket tiene una fama terrible y vos te podés preguntar ¿eso es pintar? El tipo es una máquina de pintar, pero está en la parte más comercial, pinta para vender, le sacan los cuadros de las manos. Y pienso que el pintor tiene que mostrar su alma, de qué madera está hecha, él no te muestra el alma, en cambio por ejemplo Van Gogh te mostraba el alma, te mostraba el sufrimiento con una pincelada. Vos tenes que transmitir con la pintura, al igual que con la música, la escritura. El pintor como cualquier artista tiene que tocar la parte emotiva del público, hacer vibrar las cuerdas del alma de cada espectador.
¿Se nace pintor?
─ Creo que se nace pintor porque vos podés tener pasión, pero ahí dentro tuyo tenes que tener ese combustible interno que te lleva a profundizar, avanzar, buscar.
Cuando pintas, más allá del lugar en donde estés ¿Donde viaja tu imaginación, donde esta cuando pintas? 

─ Se va al Delta, cuando me pongo a pintar el tiempo no existe. Pinto porque hacerlo me hace feliz, pintar para mí es una constante búsqueda, un constante aprendizaje. Picasso a los noventa años dijo “recién ahora estoy aprendiendo a pintar”.
Esto es Silvio Francini, un libro en vida, desde la sencillez y la humildad más profunda, un hombre que pinta para el mundo desde la profundidad de su corazón.

“ ATRACANDO “ Óleo sobre tela, 60 cm x 70 cm










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